El Salvador sufre una
de las peores etapas de violencia de los últimos años a manos de las pandillas
callejeras, más conocidas como maras. Con 382 asesinatos sólo en el mes de octubre
del presente año, la nación centroamericana se confirma como la más violenta
del mundo, según un informe aportado por el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD). La situación es tan extrema que ni tan siquiera la labor del
ejército, emplazado en las calles de las principales ciudades, vías y
carreteras del país como parte de un paquete de medidas preventivas impulsadas
por el presidente Mauricio Funes a inicios de su legislatura en el año 2009, puede
controlar la escalada de violencia ni reducir el número de asesinatos. Según declaraciones
del periodista del diario salvadoreño El Faro, Carlos Martínez, la inseguridad
reinante, nota característica de la actual coyuntura social del salvadoreño, puede
debilitar los cimientos de la democracia en El Salvador en detrimento de
posturas radicales que empleen fórmulas más directas para aplacar el conflicto:
“Hacemos aguas por todos lados. Tenemos una tasa de homicidios siete veces
mayor a lo que la OMS califica de epidemia. Cuando la ciudadanía no tiene ni
siquiera garantizado el mínimo de los derechos, que es el derecho a que no le
peguen un tiro, el vínculo que puede tener con el régimen de mi país es escaso.
La última pregunta que yo puedo hacer como ciudadano es: ¿me van a matar?
Cuando la respuesta es sí, creo que estamos ante una posibilidad inminente,
furiosa, del surgimiento de respuestas veloces, peligrosas, totalitarias”.
Militares en las calles de Soyapango, comunidad con fuerte presencia de mareros. Foto: Karen Castillo |
El periodista
salvadoreño incide en los paralelismos existentes entre esta y otras
situaciones de inseguridad vividas en el país durante el siglo XX, argumentando
que “reflejan una cuestión largamente reproducida en el país. Nunca el
resultado de topar a la mayor parte de la población al cerco ha terminado en
nada que no sea un baño de sangre. El levantamiento de 1932, la Guerra Civil en
el marco de la Guerra Fría, tienen un claro signo ideológico, la rebelión de
los miserables. Hoy
día, convertidos en mareros, en bandas de crimen organizado más o menos
estructuradas, encuentran en la
violencia el único elemento a reivindicar”. El Gobierno de Mauricio Funes afronta
una significativa pérdida de popularidad merced a los altos índices de
criminalidad y a la escasa efectividad de las medidas implementadas. Prueba de
ello es la dimisión, el pasado 8 de noviembre, del ministro de seguridad,
Manuel Melgar.
Foto: Karen Castillo |
En ocasiones, el apoyo
de las comunidades de vecinos procedentes de las poblaciones o áreas de más
bajos recursos dificulta sensiblemente la eliminación de las maras. La integración
con la sociedad en este contexto es amplia, pues todo marero tiene encomendado
proteger el barrio donde vive. La directora de la fundación CINDE en el
Salvador, Marisa Martínez, afirma que “la mara tiene una gran red social que va
incluso más allá de las fronteras de El Salvador. Uno piensa que porque llegó
la policía a una comunidad haciendo redadas y llevándose a un montón de chicos
con sus tatuajes, la comunidad es feliz, y es mentira. La comunidad está
preocupada, afligida porque se han llevado a sus hijos, a sus hermanos”. Esta
realidad entronca con un sector de la población, el más desfavorecido, que bien
por razones de cercanía, seguridad, hermandad o miedo, protege a los mareros de
la acción de la justicia. La actividad delictiva de estos grupos organizados
puede debilitar el ya de por sí frágil sistema democrático de El Salvador, con
la búsqueda de soluciones más efectivas y extremas, potenciando la escalada
general de la violencia en el país.
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