Lucía
M. es estudiante de Periodismo, nació en Aragón en 1989 y se trasladó a Madrid
hace cinco años. Decidió irse de Erasmus a Alemania durante un año. Allí, el aumento de la actividad física, la tensión
emocional que suponía desenvolverse en un entorno ajeno y el consumo habitual y
en exceso de cannabis fueron los factores desencadenantes de una crisis de
ansiedad, cuyos síntomas, según el informe médico, fueron paranoia, depresión,
vulnerabilidad y una alteración del patrón del sueño, entre otros. “Comenzaba a
sentir que las cosas no conectaban dentro de mí y todo empezó a resultarme extraño.
Empecé a emplear todo mi tiempo en pensar qué iba mal”, dice Lucía. Entonces
volvió a España, donde los médicos no la ayudaron a asimilar lo que la estaba
pasando, acusando sus síntomas a una “cura de humildad”.
Pregunta. ¿En qué momento
tomó conciencia de lo que le está pasando?
Respuesta. Sentía que
estaba enfadada todo el tiempo, que algo no iba bien. Las cosas no conectaban
dentro mí y todo empezó a ser extraño. Esto se convirtió en una obsesión; lo
único que hacía era darle vueltas a lo raro que era todo. Perdí la noción del
tiempo, estuve tres días sin dormir ni comer.
P. ¿Cómo reaccionó
su entorno cuando se lo comunicó?
R. Al principio
no sabía qué decir. Lo atribuí al cannabis, pensé que se me había ido de las
manos y que por eso me veía en esa situación. Inicialmente mi entorno pensaba
que era algo normal y me tranquilizaban, pero cuando volví a Madrid y vieron mi
estado se preocuparon. Hubo discrepancias sobre lo que debía hacer; unos me
decían que debía hacerme análisis y descansar, otros que fuera al médico, que
debía tratarlo.
P. ¿Cómo fue el
trato recibido en los hospitales por parte de médicos y profesionales? ¿Le
ayudaron a asimilarlo?
R. No, para nada. El primer contacto que tuve fue con una médica de urgencias, que es la que
determina si es necesario el ingreso por el riesgo de autolesión. Después de constatar
que no había ningún tipo de peligro respecto a eso, me evaluó un psiquiatra. Me
dijo que lo que me pasa es algo normal al encontrarme en un entorno ajeno al
habitual, como era Alemania, y que si quería podía volver a irme allí. Y eso fue
lo que hice.
P. ¿Cómo fue su
vuelta a Alemania?
R. Estuve dos días
bien y todo volvió a empezar, la extrañeza, las paranoias con las relaciones
con mis amigos y mi familia…la gente allí estaba asustada, no había confianza
en mí, controlaban que durmiera, que comiera bien y eso me agobiaba. Me volví a
ir a España. Y allí el trato humano por parte de los médicos fue penoso.
P. ¿Cómo se
desarrolló el tratamiento?
R. La gestión en general fue buena, aunque en el estado en el que
me encontraba en ese momento resultó un poco lenta, ya que tardaron cinco días
en hacer los trámites. Sin embargo, el tiempo en el que pude descansar y
alimentarme correctamente me ayudó mucho. Pero cuando regresé de nuevo de
Alemania, el mismo psiquiatra que me dijo que podía volver allí, me aseguró que
no debería haberlo hecho, y me pautó una medicación más fuerte. Me hicieron un
estudio de personalidad y el Test de Rochard, pero yo no veía nada en las
manchas. A la semana siguiente me citó y dijo que no servía para mucho y que no
iba a llegar muy lejos. Afirmó que lo que me pasaba era una cura de humildad y
que tenía que estar seis meses sin ningún tipo de actividad emocional. Yo no
podía hacer eso. No quiso poner su valoración por escrito.
P. ¿Le afectó la
medicación en algún aspecto?
R. Me quería
recetar cinco pastillas al día, pero me negué. Eran neuroprotectores, ya que,
según el psiquiatra, las necesitaba porque había dañado muchas neuronas. Estuve
tres meses con una dosis reducida; me producían dolor de cabeza al principio, y
se me abría mucho el apetito, pero los efectos secundarios fueron
desapareciendo.
P. ¿Se ha sentido
estigmatizada socialmente?
R. Notas que te deslegitimizan.
Tu palabra ya no vale tanto como la de los demás, no se te tiene tanto en
cuenta. En algunos momentos sientes que no tienes voz.
P. ¿Ha cambiado la
percepción que tiene sobre la vida y la forma ver las cosas?
R. La primera vez
que me pasó fue en mayo, y hasta mediados de julio seguía encontrándome mal, veía
cosas extrañas, las relaciones me parecían sospechosas, algo paranoide, sentía que estaba siendo
vigilada. Durante ese tiempo la vida me cambió, le cogí miedo a hacer fotos, a escribir, a hablar. La vida ahora sigue
siendo la misma, pero no se puede volver atrás, esto no es como “resetear” el
ordenador.
P. ¿Cree que los
medios utilizan un lenguaje y una forma adecuada a la hora de elaborar noticias
en la que se ven involucradas personas con enfermedad mental?
R. Se conoce muy
poco y seguramente se use un lenguaje generalista, se mete a todos en el mismo
saco y se usan siempre las mismas etiquetas: loco, psicópata, violento,
peligroso…no me refiero a que se etiquete a todo el mundo así, sino que se usa un lenguaje impreciso y en un contexto inadecuado.
P. ¿Ha cambiado su vida?
R. Sí, me cuido
más, aprecio mucho más estar sana. Además siento mucho interés por algunas
cosas; pensé en estudiar psicología o psiquiatría, me intrigó el funcionamiento
del cerebro y de la mente.
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