La banda El Intruso toca ante medio centenar de personas tumbadas en el suelo


Actuación de El Intruso. Fuente: A.R.M

Tomando una cerveza con los amigos, echando un vistazo a los discos a la venta a precios simbólicos y fumando en la puerta los que asistieron el pasado sábado a la ‘sesión horizontal’ de El Intruso en la sala KubiK Fabrik, situada en el madrileño barrio de Usera, intentaban hacer que la media hora de retraso pasara más rápido. Al pagar la entrada, una chapa de un tamaño considerable sustituyó a la típica entrada de papel. “Esperamos que sea algo diferente, y que el público disfrute tanto como lo vamos a hacer nosotros”, apuntaba Daniel Dixon, teclista de la banda.


Una vez abiertas las puertas, un espacio muy amplio con el suelo cubierto de colchonetas y cojines daba la bienvenida a más de medio centenar de asistentes deseosos de buena música en directo. Un público que no tardó en acomodarse y comenzar a disfrutar del espectáculo. Aunque sin ninguna duda, los que más lo disfrutaron  desde el primer momento fueron los hijos de los componentes de El Intruso. Situados al fondo de la sala un grupo de niños y niñas de entre 3 y 7 años se comportaron como si de adultos se trataran.

Y entonces comenzó. Las luces se apagaron. La sala quedó completamente a oscuras y el sonido del teclado dio arranque a lo que fueron 45 minutos de improvisación. En la esquina izquierda una batería, en la esquina derecha otra batería, y sin parar de moverse alrededor del público y cargados con sus mochilas-altavoces, los dos guitarristas y el bajista, hicieron las delicias de los que, tumbados en el suelo, se dejaron llevar por la psicodelia propia de El Intruso. “Nos gusta improvisar. Es una forma de ofrecer al público un espectáculo nuevo cada vez que van a verte. Además no puedo negar que nos encanta”, decía entre risas Samuelle Pérez, guitarrista y cantante de la banda. Los sutiles sonidos del sintetizador se mezclaban con los platillos de las baterías, que a su vez empastaban perfectamente con los acordes de las guitarras y el bajo. Esos acordes que puntualmente se transformaban en sonidos rasgados y distorsionados que rompían con la calma y la quietud en la que se encontraba la sala.

Pero el quinteto no estaba solo. En una pantalla gigante comenzaron a proyectarse una serie de fotografías realizadas con microscopio por Photoalquimia. Una sesión en la que el colorido y la oscuridad se fundían dando lugar a atmósferas tétricas con composiciones imposibles. “Ha sido una mezcla maravillosa. Todo se ha fundido hasta que se ha creado un clima especial”, comentaba Noemí Mediavilla, una de las asistentes.
  
Pero se hizo el silencio y las luces se encendieron. 

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