Suena
el despertador, son las dos de la tarde, Silvia se levanta tras haber pasado ya
las diez horas de su turno de noche del día anterior. Es enfermera en la Unidad
de Quemados de un prestigioso hospital de la Comunidad de Madrid y, como cada
día, tras haber dormido cinco horas, le toca reponer fuerzas. Prepara la comida de su marido y dos hijos, cubre sus tareas de
“madre” hasta las nueve de la noche, se prepara la cena y coge de nuevo
el coche camino del hospital. Comienza su segunda noche en la Unidad.
Son
las diez de la noche y lo primero que hace por costumbre, nada más llegar, es ir
directa a saludar a Juanjo, un paciente de 55 años que ingresó hace cuatro meses
por presentar quemaduras en el 80% de su cuerpo debido a un accidente laboral.
Juanjo está dormido gracias a los medicamentos que pasan constantemente por
sus venas, que consiguen que no sienta el inmenso dolor que producen esas
lesiones y, a la vez, le permiten estar inconsciente para que la máquina que
respira por él pueda realizar bien su trabajo. Su mujer, Ana, está como de
costumbre sentada a su lado y despidiéndose de él, puesto que se acaba el turno de
visitas.
Después de contarle otra compañera el parte de cómo han pasado la tarde sus dos pacientes, Silvia se dispone a preparar la medicación. La noche no será ni mucho menos tranquila. En las siguientes diez horas, realizarán cambios posturales a sus pacientes según sus necesidades y, a cada hora en punto, verificará sus constantes vitales además de poner la medicación pertinente. Entre una actividad y otra, Silvia tiene por costumbre contarle cosas a Juanjo; el tiempo que hizo ayer, cómo va la actualidad, cómo quedó el Real Madrid y las típicas cosas que a un hombre le apetece siempre escuchar. Aunque esté dormido, ella está convencida de que percibe algo, sea lo que sea, no quiere que se sienta solo nunca.
Son las cuatro de la mañana y suena el teléfono. En unos minutos entrará por la Urgencia un nuevo ingreso. Son los compañeros del SUMA que llaman para informar del estado del paciente. Es un chico de 22 años que, tras estrellarse su vehículo a la salida de una conocida discoteca de la capital, el coche explotó y prendió fuego a sus dos ocupantes. Uno de ellos es Borja. El otro ha fallecido. El equipo de enfermeras, auxiliares y celadores comienzan a preparar todo el material que será necesario para la recepción del paciente. Borja ingresa a las 4:30 de la mañana procedente del servicio de Urgencias. La primera acción es estabilizarle y colocarle toda clase de cables para ver sus constantes vitales tiempo real. Lo siguiente será la intubación, es decir, conectarle a una máquina para que respire por el.
A las cinco de la mañana y una vez estabilizado, se decide por orden médica llevarle a la sala de técnicas para realizar la primera valoración importante de las quemaduras. La primera cura nunca se olvida. Borja se encuentra dormido gracias a los fármacos para que no sienta dolor. Mediante una grúa se le coloca en un tanque o bañera gigante. Se aclaran y desinfectan las quemaduras por arrastre y, se retira poco a poco la piel que está muerta. En ese momento Silvia siempre prefiere pensar que no es una persona, si no un muñeco dormido, ya que la sensación es muy desagradable. Mientras tanto, Juanjo y Sandra son vigilados por otra enfermera que cuida al resto de pacientes.
A las siete de la mañana finaliza la cura. Después de dos horas limpiando, retirando piel muerta y aplicando la “pomada mágica” o propiamente dicho, el Flamazine Cerio, éste comenzará a hacer efecto y durará 24 horas hasta la siguiente cura o hasta que decidan llevarle al quirófano. Eso dependerá de los médicos. Borja es trasladado a su nueva casa, el box número seis, la habitación que ocupará por lo menos un mes más. El peor momento será cuando decidan que tiene que despertar. Ahora está en un sueño, pero la realidad siempre espera al otro lado y será, sin duda alguna, el momento más duro de su vida.
Por fin son las ocho de la mañana y llega el siguiente turno de compañeras. Pero el trabajo no está finalizado. Ahora toca reflejar toda la jornada de trabajo en el evolutivo de enfermería y dejar todo perfecto para el siguiente turno. Ya entran los rayos de sol por las ventanas, indicativo de que la noche finalizó por hoy. Silvia se acerca a Juanjo y Sandra, se despide, hoy casi no ha podido mimarles como de costumbre. Es lo que tiene recibir un ingreso urgente a las cuatro de la mañana. Se sube en su coche y regresa muerta de sueño a casa, escuchando canciones en la radio y dando siempre gracias por la vida que tiene.
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